Nada nos humaniza más que la aporía, ese razonamiento del que surgen contradicciones o paradojas irresolubles. Ese estado de intensa perplejidad en la que nos encontramos cuando determinadas certezas se hacen añicos, sin poder explicar lo que ven nuestros ojos, que a veces son verdades insoportables. Lionel Messi es el nuevo embajador del Ministerio de Turismo de Arabia Saudita. Un Reino que se dedica a descuartizar a periodistas disidentes. A Jamal Khashoggi lo cortaron en pedacitos y lo metieron en varias maletas para sacarlo del consulado saudí en Estambul. Dieciocho de los imputados fueron acusados de “homicidio premeditado con la intención de causar sufrimientos monstruosos a la víctima”.
El escándalo tomó connotaciones internacionales. El Gobierno saudí, acorralado por el horror de los hechos, movilizó de inmediato recursos económicos para construir “armados” de espacios favorables en los medios de comunicación. Intentó la compra de los derechos televisivos de la Premier League para controlar algunos portales y espacios informativos asociados a la opinión pública. No lo consiguió. En octubre de 2021, el fondo soberano saudita PIF adquiría los derechos de propiedad del equipo de fútbol Newcastle United por 350 millones de euros. Se convirtió al instante en el club más rico del mundo.
Meses atrás, el Reino saudí intentó contratar como embajador turístico a Cristiano Ronaldo. El portugués desestimó la oferta por no alcanzar un acuerdo económico. Messi acabó aceptándolo. La instrumentalización de su figura es evidente. La Monarquía es un fiel gendarme de EEUU en la estabilidad geopolítica de la región, con afinadas relaciones con la familia Bush, un apellido implicado en las dos últimas guerras del petróleo, Kuwait e Irak. El Reino sanguinario es el perro guardián de Occidente de las mayores reservas de crudo del planeta.
“Estamos encantados que Messi explore el tesoro del Mar Rojo, la estación de Jeddah y nuestra antigua historia”, manifestaron desde el Ministerio de Turismo. El jugador argentino fue recibido, además, por unas de las mujeres más “fuertes” del régimen, la princesa Haifa Mohammed Al- Saud, responsable de diseñar e implementar las estrategias relacionadas con el sector turístico.
Rahaf Mohammed era una de las mujeres “débiles” del Reino. Con dieciocho años casi pierde la vida. En diciembre de 2018 escapó de su familia. Vivía en la región de Ha’il, donde impera la interpretación más extrema del islam, el wahabismo, en la que silbar, por ejemplo, está prohibido. Tardó casi tres años en planificar la huida, gracias a foros secretos de Internet donde otras saudíes contaban sus experiencias de fuga. Aprovechó unas vacaciones familiares en Kuwait para hacerse con su pasaporte y volar hasta Bangkok. En Tailandia la localizaron y la detuvieron de forma ilegal. Retenida en una habitación de hotel, le quitaron el pasaporte, pero no el teléfono. Esa fue su salvación. En internet encontró el oxígeno suficiente para crearse otra vida. Digitalmente sorteó las trabas de las autoridades saudíes y contactó con una mujer que se convirtió en la guía personal de su huida. Meses después alcanzaba el aeropuerto de Toronto, donde la esperaba la ministra de Asuntos Exteriores de Canadá. Hoy es “embajadora” por los derechos políticos y civiles de la mujer saudí en la ONG Grant Liberty. Solicitó a través del #hashtag «No lo hagas, Messi», que el jugador argentino rechazara el cargo de embajador.
Que lindo sería que Messi fuera el embajador de todas las batallas perdidas, de todos los perdedores hambrientos, de todos los sueños derrotados, de todos los seres humanos colgados de las espaldas del mundo, y de todas las mujeres saudíes muertas en vida. Que lindo sería, Rahaf.